Cerrada. Sus esquinas
desproporcionadas cobijaban los ensueños de quienes temían abrirla, de quienes
temían sujetarla demandando su apertura al mundo visto.
Caja cerrada. Cada remanente
de lo que hubo dentro es temperatura de vanos sigilos, es temperatura de restos
de principiantes ante la razón de una tentación: el abandono.
Abandonaré la misión. Serán
vástagos de oscuras luces cada morfismo con invariables ataduras, con
invariables atacantes de clara sed por remendar artilugios de ocho esquinas
equidistantes.
Será un crimen, será un óptimo
escondite; dará, cada plano, huestes de ensimismados artefactos prefiriéndose
fenecidos ante tu tacto, el mío, el tuyo.
Pero la caja no se abre. No
despunta siquiera una vértebra del esquelético deforme habitando dentro. No lo
conozco, no lo conoceremos; andará más allá de nuestras supersticiones demorando
la última sujeción ante cabos desgarrados.
Aunque ya sepa, al notarte,
que una vez estuviste dentro.