Creo buscar perdidos objetos
que no hallaré. La misma verborragia se pierde al intentar describirlos, aunque
no cesaré de ir tras ellos, de profanarlos equitativamente detrás de
luciérnagas de vapor.
El bosque perdido mostraba
silogismos ecuménicos de equidistantes permanencias erráticas. El mismo bosque
encerraba toda dependencia junto a trapacerías que una vez pude haber deshecho.
Pero no, no hubo en él misericordias divinas ni terrenales. Se mostraba
disperso para domarlo, eficaz en ocultamientos con pertrechos de aguas oscuras.
Temía perderme cuando las
rarezas de insanos insectos devoraban las huellas, tus marcas y las mías:
nuestro legado arqueológico. Temía hallarme desconsiderado ante tales
reticencias hasta acobardarme, identificarte y palabrear direcciones.
Pero temo, y el bosque se abre
en desérticas asunciones que jamás haya considerado. El bosque sos vos, digo; y
durante la bacanal búsqueda las cenizas de los objetos perdidos dicen que no
habrá jamás elementos hechos para ser hallados. Yo sé que aventurándome podría
replicarle sobre desacuerdos, aunque prefiero callar, fundirme en la selva y
denominarme súbdito de un séquito inmortal.