Es la sensación de
un domingo, cuando se arrastra como un gusano por la húmeda tierra de un bosque
oscuro, entre las hojas muertas. Hay algo angustioso en ello; pero el esótero
no es eso, o quizá sí y ya estuvo perdido, huido de aquí. Y es que aquí no queda,
o quizá no hubo. ¿A dónde ir? A ras de suelo, sí, ¿pero a dónde? No es más que
la superficie, ahí, sobre algo inerte que tal vez esconda lo arcano.
¿Qué hubo tras la
muerte de la vida? ¿El pasado solo es, o su remanente? Ocultado. Toda fosa
esconde lo ignoto. Dijeron.
Hoy es domingo. La
noche se acerca. No tengo conciencia de sí. Ni de mí. Como espíritus en un
mundo material. Las luciérnagas no han salido, y aunque me lo pregunto no hallo
respuesta. Hay un vacío existencial que me separa. Pero no es nada. No hay luciérnagas.
Ni tan siquiera sabían de su existencia. Más allá de la acuosidad no es nada.
La ceguera más triste. El vacío de la nada, de la propia existencia.
Hay algo, del todo,
que se me escapa, como la tierra de una playa vacía en un domingo de invierno,
entre los dedos de la mano, cuando la cojo, escarbando bajo el manto de las muertas
hojas, entre las raíces de árboles hieráticos, hastiados de un mundo
desgastado.
¿Cuánto tiempo
durará el deceso?