Melodiosos conceptos arriman
tenues búsquedas. Mimetizando los espacios reúnen un sinfín de monosilábicas
vocales para el trueno de los vientos. No sé si acercarme, no sé si despertar
maniobras de un mítico clan de novedades. Pero sí sé que estas ruinas sedientas
beberán toda la sangre cuando aún no seque mi cuerpo con la tibieza de los
anuncios.
Deberé marcharme mientras
viva; o quizás derretirme en el fuego del umbral donde los espantos comienzan
iniciando una muerte cariacontecida. No hay preámbulos en la sonata de las
puertas. No hay puertas. Y, entre las piedras del ocaso, irrumpen silbidos de
ferocidades por venir.
Deberé irme mientras pueda; o
tal vez secar cada vena en la solidez de una brisa que malévolamente yace
aguardando mi último paso. No hay desidia en mí. No hay interés. Puertas y
ventanas abiertas en esta caverna asoman riendo por el claustro existente hasta
desafiarme.
Entonces voy. Me voy. Dejando
ciertas pesadillas detrás me voy para no arruinar las pasarelas de los olvidos
donde quepa mi cripta al revivir. Entonces voy, alarmado, hacia la procedencia
de una melodía cantándome susurros de una boca que refleja acechanzas por no
morir una vez muerto.