A veces, su cuerpo parecía
irse hacia los suelos. Notaba una turbación en la sien mientras los ojos se
iban, el pelo y la boca caían. Y hasta que se formó líquido sobre lo bajo,
ignoraba acerca de movimientos continuos.
Se molesta, se para, detiene
todo ardor quejumbroso entre los fueros nasales, y se une a la lluvia.
Contempla los caminos, mira con todo su cuerpo hecho ojo el último refrán de
los cielos. Se cae, ubica cada una de sus partes sobre la anterioridad de las
abismales cloacas donde podría verterse. Pero no, el cuerpo se detiene, aflora,
se estira y cree pertenecer al cálido aire evaporándolo. Y se deshace.
Nadará sobre tu techo, sobre
el mío, para jamás derramarse ni columpiarse. Y nadará ignorándolo, siempre,
hasta que se reconstituya su cuerpo.