Después de los soles, después
de la luz convergente, deviene. Hace trizas, da espanto, acaricia la molicie de
años impagos al infecto hombre clarividente.
Después del sol no hay luna,
ella ya estuvo, ya permaneció, ya irradió. Después de los soles la algarabía
termina, se infunden los cantos de los vencidos, y de aquellos efímeros
vencedores. No hay tregua para el meditabundo aquel que difunde los placeres de
los sabios, de los eruditos. Porque ellos ya tienen su lugar en el laberinto de
insospechables cadencias oscuras que derraman llantos de sombras.
Después de la luz, después de
las luces, hay oscuridad. Y sus sombras más temibles merodean espantables
lechos para reincidir detrás del hueco espectro para perecer.