28 dic 2013

Ventosa de los vientos

Entre los aires, bajo y sobre el oxígeno, una ventosa se agazapa expectante. Declina su cuerpo ante las sinrazones de sus sentidos, y está alerta, está existiendo, está consciente de vientos por recorrer.
Son sus inclinaciones las precogniciones de los virajes. Más allá de sus puestos, esquiva aferrarse a los planos para asirse a los etéreos movimientos de su cuartel. Camina desde un ángulo hacia otro, patina entre azuladas plataformas de cóncavos suelos. Y más de una vez somete sus esplendores a las huellas de sus ancestros. Pero estos se han agarrado a vidriosas superficies, y lo que ésta pretende y confirma es sobrevolar adjuntando su cuerpo déspota a los ventarrones. Y se eleva.
Mientras escala suelos de multivariantes estructuras su cognición es atravesar nubes, y atravesar atmósferas; y su agazapamiento lo corteja y lo permite, lo deja y lo estipula: vuela.
Ante las fronteras de los vacíos, deposita ventosas sobre los aires, y hasta caer, hasta preverse y consolidarse cuerpo cayéndose altiplanando gravedad.

21 dic 2013

Otras miradas

Me senté en la piedra apoyando la espalda en el musgo de un árbol hendido.
La hosca mirada huida.
Plácido manto inerte que asciende.
Sabor que no hubiese.
El olor de los huecos.
Deseos.
Sentí el vértigo del suicida.
Respiré la vida, quizá por última.
La mano yerta, la piel dormida.
No hay más alma que la perdida.
No hay más llanto que el silencio lento, roto por la noche de la cicuta no bebida.
Santidades.

Final en los tiempos

Su cuerpo, todos los cuerpos,
se detenían cláudicos ante la penumbra del amanecer.

Centro de lento capullar,
carisma de orfebres al viento orfanato,
centro de abismáticas liendres cobijan,
cercenan y triunfan,
carcomen pastos altos de una rizada madeja en hiatos.

Todos sus cuerpos, el cuerpo, se detenían torpes sobre la blandesa con rocas del término.

14 dic 2013

Descalabro

De cimientes inconclusas se desarma la tregua. Se hacen longitudinales desaciertos, y plausibles conciertos donde cada cual –a su antojo- relee las prominencias de fatuidades divinas.
Creo en haber sido el primero en notarlo, en presagiar la destrucción, en omitir mis dichos sobre arreglos, en concluir que bien o mal han estado llegando. La descomposición ha sido lenta, paupérrima. Tras siglos de conjeturas, se han desvanecido miríadas de contemplaciones en que andar fue llana mezcla sin altibajos.
Creo en haberlo predicho, asimismo, en haber sido locuaz profeta bajo las sinrazones de los exilios, en establecerlo siendo cohorte y establo de cuantas melindreces se han esbozado, en acapararlo para que no triunfe ningún bando, sino la blanca aurora del fin. La eternidad llegó, el término de bien y mal han dado su trompeta a los notarios de los desenlaces.
Todo terminará, las lenguas, los ojos y los cráneos carcomerán las fatídicas noches de mi silencio ante el desastre universal.

7 dic 2013

Tupido

Sin poder moverse, sus lágrimas le sonreían sobre su tez. Creía haber perdido, lacerado su trato; inventado un conjuro que, impidiéndole desplazarse, coartara noches de libélulas. Y, quieto, presagiaba las millonésimas aguas pudiendo entrar, indetenibles.
Afuera, fuera de aquella habitación, había líquidos espesos infiriendo los últimos espasmos de un detenible hombre en su cuarto, en un depósito de muertes. Mientras el agua se acercaba, nada podía decir, nada comprobar –excepto su pronto final-, nada averiguar. Sus meditaciones basaban hechos de otros mundos dispares: de fragmentos de huídas, de acuciantes espacios multiplicando anchuras que devoraban. Y creía poder escapar, antes que las aguas se internasen, antes de que sus pupilas se ahogaran. E intentó salir.
Cuando la mano movió, el denso aire la volvió a su lugar; cuando elevó su pierna intentando patear la puerta, ésta se inmutó. Y comenzaron los drenajes de su sangre a mimetizar lagunas que temían ingresar para victimizarlo.
Se pone de pie, quita el aire de por medio. Su cuerpo parece querer abrir esa puerta, ese muro. Se lanza con todo su cuerpo sobre la pared, el portón. Con tremendos esfuerzos lo abre, y ahí ve las últimas percepciones de unos acechantes líquidos tratando devorarlo.
Se mueve hacia estos, les quita la daga de lloviznas, e interfieren los sitios empujándolo hacia dentro, ese adentro que será su fosa, su término, su desenlace.
Intentando caminar a través de la habitación, cierra ventanas que se abren, techos que descienden y puertas que publican segmentos de una línea infinita surcándole el abdomen. Es el agua, moviéndose; son las mareas, divirtiéndose con quien anteriormente había disfrutado de un delicioso veneno agotador.