Entre los aires, bajo y sobre
el oxígeno, una ventosa se agazapa expectante. Declina su cuerpo ante las
sinrazones de sus sentidos, y está alerta, está existiendo, está consciente de
vientos por recorrer.
Son sus inclinaciones las
precogniciones de los virajes. Más allá de sus puestos, esquiva aferrarse a los
planos para asirse a los etéreos movimientos de su cuartel. Camina desde un
ángulo hacia otro, patina entre azuladas plataformas de cóncavos suelos. Y más
de una vez somete sus esplendores a las huellas de sus ancestros. Pero estos se
han agarrado a vidriosas superficies, y lo que ésta pretende y confirma es
sobrevolar adjuntando su cuerpo déspota a los ventarrones. Y se eleva.
Mientras escala suelos de multivariantes
estructuras su cognición es atravesar nubes, y atravesar atmósferas; y su agazapamiento
lo corteja y lo permite, lo deja y lo estipula: vuela.
Ante las fronteras de los
vacíos, deposita ventosas sobre los aires, y hasta caer, hasta preverse y
consolidarse cuerpo cayéndose altiplanando gravedad.