Vivo en la ciudad de los nombres perdidos, el lugar de los perros, de los ciegos y de los tullidos, en los confines de la luz, donde está el límite de las palabras; pero mi perro es un iconoclasta sentado en la sala de espera de este hospital lleno de augures de los tiempos modernos, incapaces de ver más allá de las entrañas pútridas de las aves muertas, que miran con sus ojos velados…