Con ese brazo convertía desenlaces singulares. Conducía su volumen hacia contiguos miembros en encadenamiento progresivo. Hasta la pluralidad de partes unidas cuando al desarrollarse evolucionaba el organismo marchante linealmente; hacia la soledad de encuentros, o hasta la vacuidad de universales particularidades compuestas una por una, compartidas. Desde un desesperante inicio aceleraba su continuidad yéndose libremente mediante movimiento lento, y nunca tardío, hasta hallar otra conclusión iniciándose seguidamente.
Con esas manos construye la progresión perpetua hasta presagiar un término. Van, dirigen; avanzan hacia una consecución desplazativa acelerándose medianamente entre rudimentos fingidos por desapercibidos; por detestar una culminación: ansiar derramamientos orgánicos en continuidades, y según deslizamientos reiterados hasta mayores ornamentos anquilosados sobre sí. Desde sí para sí. Desde aquel brazo que sigue estando resguardando una espera para el conocer de la singularidad augurada en los inicios, y hasta una finalidad desesperantemente desconocida. Aunque avancen.
Con ese dedo dependerá la mancomunidad repetitiva en la construcción que será realidad. Que será un brazo de manos cuyo único dedo quedará convicto. Quedará unido junto al entero organismo. Quedará vinculado; quedándose recopilado siempre, siempre indicando hacia atrás los recuerdos de un futuro régimen organizativo. Y hacia delante la posesión de qué habrá por palpar tras lo erecto como movilidad progresiva realmente en fin indicativo.